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OFICIO: ARDER (Obra poética 1982-1999)



Cuando a uno le sale al paso un torbellino de imágenes de este calibre, engastadas en un discurso tan amplio y pleno, uno accede, agradecido, a una fiesta. En días como los que corren, enrarecidos por una multitud de textos cuando no incoherentes, cerebrales y sordos, horros de toda gracia e iluminación, de toda combustión espontánea y, por lo mismo, atentos sólo a una crítica similar, empeñada en hallarles justificación para justificarse a sí misma, una voz como la de Efraín Bartolomé viene a recordarnos que la poesía no es esto ni aquello sino eso que respiran sus versos, que respira en sus versos: un "panal que gotea sol/ un sol que gotea luz/ un árbol derramando su follaje cuajado de sentidos como un ave sus plumas".

(Orlando González Esteva, en Oficio: Arder. Obra poética 1982-1997, Colección Poemas y Ensayos, Programa Editorial, Coordinación de Humanidades, Universidad Nacional Autónoma de México, 1999)



Dentro de un año exacto (el 15 de diciembre del 2000) Efraín Bartolomé cumplirá 50 años. En vísperas de tal celebración acaba de reunir su Obra poética (1982-1997) en un espléndido gran tomo que tiene por título sintomático y revelador Oficio: Arder (México, Programa Editorial de la Universidad Nacional Autónoma de México, Coordinación de Humanidades, 1999, Colección Poemas y Ensayos).
Se trata de un hermoso volumen de más de 500 páginas donde Bartolomé (Ocosingo, Chiapas, 1950) agrupa la totalidad de su poesía publicada a lo largo de tres lustros fecundos. Oficio: Arder es una summa poética que está integrada por los libros Ojo de jaguar (1982), Ciudad bajo el relámpago (1983), Música solar (1984), Cuadernos contra el ángel (1987), Música lunar (1991), Cantos para la joven concubina y otros poemas dispersos (1991), Corazón del monte (1995), Avellanas (1997), Tres poemas para la casa de la Diosa Madre (1998), y Partes un verso a la mitad y sangra (1997). En total una decena de títulos a través de los cuales el lector lleva a cabo un recorrido por una de las obras poéticas más intensas y originales escritas en México a fines del siglo XX.
Cada libro de esta decena mágica es un trazo que va completando el rostro, el alma y las nervaduras de un espíritu cuya robustez lírica está más allá del simple ejercicio literario o del inocente juego verbal con el que se autocomplacen quienes ven en la poesía un pasatiempo y no un quehacer fundamental para la existencia. Ante Oficio: Arder, el lector podría decir parafraseando a Whitman, que esto no es un libro, pues quien lo toca, toca a un hombre, y también toca una poética, una brasa lírica plena de intensidades.
Si como cree Efraín Bartolomé, el poeta es quien atrapa resplandores, rayos y destellos y los concentra para luego dar luz al hondo abismo, Oficio: Arder es la más palpable prueba de que la poesía no es únicamente lenguaje (aunque el lenguaje sea importante) ni únicamente sentido (aunque el sentido cuente), sino que es, por encima de todo, la forma perfecta y el contenido puro, la llama y la quemadura, la llaga y la sal en la herida…
Exactamente esto y no otra cosa encontrará el lector en Oficio: Arder. En estas páginas están los rostros de la llama y el corazón terrestre y, por supuesto, el oro más pulido de la poesía, o el oro más pulido que es la poesía. Efraín Bartolomé lo sabe, lo reivindica y lo asume a plenitud: He aquí que soy poeta/ y mi oficio es arder.

(Juan Domingo Argüelles, El Universal. Cultura, pág. F-2, México, D. F., 15 de diciembre de 1999)



Leamos: “Todo me lo ha dado la Poesía:/ el paisaje, la Luna, los vientres de las hembras más hermosas/ dulcemente paridas por el húmedo vientre de la patria./ Todo me lo ha obsequiado:/ la música más honda de la Música/ y las huellas de oro/ en el ojo de oro de la Imaginación.” Este poema forma parte del volumen Oficio: arder. Obra poética 1982-1997, que da a conocer la Universidad Nacional Autónoma de México mediante su Coordinación de Humanidades. Son 545 páginas de gran poesía.

(Versos que arden. La Jornada, pág. 19, 8 de enero de 2000)



El viento de la armonía
Joan M. Puig

"Oficio: Arder", editado por la UNAM en la colección "Poemas y Ensayos", comprende su obra poética más destacada a la fecha: "Ojo de Jaguar" (1982), "Ciudad bajo el relámpago" (1983), "Música Solar" (1984), "Cuadernos contra el ángel" (1987), "Música Lunar" (1991) "Cantos para la joven concubina y otros poemas dispersos" (1991), "Corazón del monte" (1995), "Avellanas" (1997), "Tres poemas para la casa de la Diosa Madre" (1997), "Partes un verso a la mitad y sangra" (1997); libros que han merecido el reconocimiento de lectores y críticos.
Su obra ha recibido, entre otros, el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (1984), Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer para obra publicada (1992), Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen (1993), Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines (1996).
Desde la publicación de "Ojo de Jaguar", su primer libro, Efraín Bartolomé, alejado del titubeo experimental de sus contemporáneos, se muestra como un poeta maduro, auténtico, comprometido con su papel como renovador del lenguaje, consciente del origen que lo impulsa al canto. "Oficio: Arder" es un libro que permite el reencuentro del lector con "la lengua materna del hombre: la poesía"; la actitud del poeta hacia su trabajo, la concepción de su papel en el mundo es asumida como una necesidad inherente al ser humano, y el poeta se entrega a él de forma religiosa.
Efraín Bartolomé es un poeta de los sentidos, sus versos están cargados de sensualidad, de visiones y sensaciones; su fuerza radica en la exactitud de sus imágenes para evocar en nosotros, lectores, los estímulos que permiten la reproducción exacta de las emociones. Su estilo se origina no en las pretensiones creativas, sino en la aceptación del compromiso que le confiere la investidura de poeta: penetrar en el vínculo con la Diosa, ofrecerle el canto, pero no sólo atrapando la inspiración, vistiendo el genio, sino, también, trabajando incansable sobre los versos, entregándose al ejercicio infinito para someter a la palabra, más como un acto amoroso que como una batalla sin cuartel; porque aquél que acepta las obligaciones del poeta, comprende que sus versos son una semilla cargada de historia que contiene al universo, formada por las voces que le precedieron y que está lista a repetir el ciclo, y que, una vez germinada, una vez elevado el tallo, crece y se afianza hasta extender sus ramas, ofreciéndonos cobijo en su sombra única y atrapando entre sus ramas el viento de la armonía.
De la obra comprendida en "Oficio: Arder", destaco dos libros: "Cuadernos contra el ángel" y "Música Lunar", siendo este último su obra más lograda y donde reconocemos las dos facetas primordiales del trabajo poético: primero el arte de la composición, el uso adecuado de la metáfora que permite una percepción casi intuitiva de las relaciones, y, segundo, la autenticidad del testimonio, la capacidad de nombrar con autoridad el mundo y entrelazarlo al proceso vital del hombre.
No es de sorprender que, cuatro años después de ser publicado, se acercara a él para compartir la experiencia poética el estudioso de la música clásica sufi y del Canto Coránico Daúd Al Jerraji, Murshid (guía) de la Orden Derviche Halvetti Jerraji en Nuevo México. De este encuentro nació el disco "Música Lunar", en donde la voz del poeta y la música modal sufi recuperan y renuevan la relación imperante entre música y poesía, del que compartimos el track 5, "El poeta revela a las criaturas el nombre de su amada", donde la voz del poeta es acompañada por cantos tradicionales de los Derviches y Música clásica sufi de Turquía.
"Oficio: Arder" es una muestra del incansable trabajo del poeta, pero, más importante aún, es un medio maravilloso para acercarnos a la poesía, para participar de su movimiento y de su música, para curar nuestra ceguera y aprender a escuchar el mundo. Esa es la función de la poesía, aproximarnos, por medio del gozo poético, a la Diosa Madre, a la Tierra, al continuo estremecerse del universo, y finalmente, a nosotros mismos.

LIBRO: Efraín Bartolomé. Oficio: Arder (Obra poética 1982-1997). Universidad Nacional Autónoma de México; 1999. Colección "Poemas y Ensayos" 545 páginas.
DISCO: Música Lunar (La voz del poeta y el canto extático de los derviches). Efraín Bartolomé y Daud Al Jerraji. La flauta de Pan. 1996.

(El Foco, Guía, 2000)



El chiapaneco Efraín Bartolomé reunió quince años de trabajo poético en la antología Oficio: Arder. Conforme uno se adentra en el libro, las certidumbres se erigen en afirmaciones, el canto tenue que alumbra en un principio se convierte en destello de luz. En el conjunto de los poemas podemos percibir un crescendo inevitable que cobra su punto culminante en el poema “Cielo y Tierra”, incluido en el libro Partes un verso a la mitad y sangra, con el cual el poeta, originario de Ocosingo, ganó el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines en 1996.
La voz de Efraín Bartolomé está hecha de todos los elementos que conforman su vida. Música lunar es la revelación de su diosa: la poesía. La amante encendida, como también la llama, está conformada de un triple rostro: naturaleza, mito y mujer. Por eso se refiere a ella como un ente femenino, tan despojada de adornos, desnuda.
La poesía es el vehículo de las emociones, la invocación un acto sagrado. Dudar para creer: el poeta busca encender unas palabras para caminar de noche, acudir a la lengua de los abuelos para que le ayuden a nombrar. Imagen, sentido y música, se unen para crear el poema. La seguridad en su vocación se muestra en toda la obra, pero más claramente se nota en Cuadernos contra el ángel, en su tercera parte, “Admonición del Ángel”, donde se encuentra la razón del título. Soy un poeta: soy una veta de oro/ escondida en el pecho de mi generación./ No me importa:/ he aquí que soy poeta/ y mi oficio es arder.

(Ariana Juárez, en El fuego de Efraín Bartolomé, Arena, Suplemento cultural de Excélsior, pág. 10, 13 de febrero de 2000)



Ante la Selva Lacandona.
Efraín Bartolomé, mexicano de Chiapas, se revela como un escritor místico y sensual
.

Conocemos muy poco, apenas nada, de la poesía que se escribe en México o Argentina, en Perú o Colombia, en tantos otros países de lengua española donde la poesía ha sido, desde hace más de un siglo, el género fundamental. De vez en cuando nos llega un nombre, aislado de su contexto, sin referencia a grupos o tendencias, al margen de las polémicas inevitables que todo escritor verdadero suscita.
Oficio: Arder, editado por la Universidad Nacional Autónoma de México, reúne la obra poética completa de Efraín Bartolomé. Nacido en Chiapas, en diciembre de 1950, con frecuencia se ha referido a ese origen que ha marcado toda su poesía…
Su primer libro, Ojo de jaguar, de 1982, está precisamente dedicado a cantar la selva lacandona de su infancia. Poesía telúrica, que trata de evocar un mundo todavía muy cerca del origen.
El libro siguiente, Ciudad bajo el relámpago (1983), nos ofrece el contrapunto de ese paraíso: una visión expresionista y degradada de la ciudad, del Distrito Federal, donde las fieras y sus víctimas se cruzan por la calle disfrazadas igualmente de seres humanos.
Música solar (1984) canta el descubrimiento del sexo (“el potro negro del deseo”), Cuadernos contra el ángel (1987) el de la muerte. Efraín Bartolomé ha declarado repetidas veces que prefiere “a los poetas que conmueven sobre los que deslumbran”, pero en su poesía se une el apasionamiento con el deslumbramiento verbal.
Más narrativos, con algo de crónica, de épica regional, son los dos poemas largos que integran la primera edición de Corazón del monte (1993). A la edición definitiva de Corazón del monte se añade un poema en prosa, Oro de siglos, que nos narra un regreso -proustiano, deslumbrado y minucioso- a las tierras de la infancia.
Avellanas, de 1977, es un libro que contrasta grandemente con el resto de la poesía, más derramada de Efraín Bartolomé. “Más allá de los tres versos, el poema se convierte en novela”, dice la cita inicial. Y rara vez tienen más de tres versos los textos de este libro, que unen humor y lirismo, la precisión del epigrama y la sugestión del haiku.
La poética que inicia Avellanas (“Partes un verso a la mitad/ y sangra”) sirve para titular el último libro que se incluye en Oficio: Arder.
Efraín Bartolomé, además de los títulos incluidos en esta recopilación, es autor de un libro en prosa, una obra polémica, Ocosingo, diario de guerra y algunas voces. Pero leer desde la distancia tiene la ventaja de que podemos prescindir de las polémicas que rodean la obra del escritor. Efraín Bartolomé, místico y sensual, nos presenta una selva lacandona de tinta y de papel, no menos misteriosa, temblorosa y magnífica, que las que unos y otros pisotean y manipulan fuera del verso, en esa rara forma de ficción a la que llamamos realidad.

(José Luis García Martín, La Nueva España, 30 de marzo del 2000, pág. VII. Oviedo, España.)



Efraín Bartolomé, poeta chiapaneco, se ha caracterizado desde hace años por ser un creador de palabras limpias y de imágenes plenamente trabajadas. En este libro antológico publicado por la Universidad Nacional Autónoma de México, se pueden leer diversos registros poéticos como claros indicadores de cómo se va construyendo la carrera sólida de un gran poeta. Un poeta que fabrica mundos allí donde antes sólo había vacío y silencio. Un poeta que escribe versos que guardan un aroma a selva y a noche, a universos que saben también a ciudad y a dolor. Ya desde su libro Ojo de jaguar publicado en 1982, hasta su poemario Partes un verso a la mitad y sangra, de 1997, Bartolomé ha destacado en el mundo de la poesía por haber siempre cultivado un amor obsesivo por la palabra exacta y por las ideas que transmiten furor vivencial. En esta reunión de su obra, el poeta y sus palabras hacen valer en oro el peso físico y espiritual del libro. Físicamente sus páginas y su portada transmiten una suavidad interna no exenta de una introspección que sorprende, además de lo fácil que resulta el toque de una espiritualidad vasta que, en tanto esencia del poeta, es también destino y honestidad. Sin lugar a dudas, el quehacer poético de Efraín Bartolomé es oficio de alto nivel, y realidad hermosa que obliga a ser leída con sumo cuidado y atención. Con la obligación exquisita del que disfruta la lectura de un buen libro y de esos minutos irrepetibles en total soledad, pero con la compañía serena de algo de la mejor poesía de nuestro tiempo.

(Eduardo Olivares, VICEVERSA Núm. 83, Pág. 17, México, Abril del 2000)



El panorama actual de la poesía mexicana tiene en Efraín Bartolomé (Ocosingo, Chiapas, 1950) a una de sus voces más completas, interesantes y desconcertantes.
Desde la aparición de su primer libro Ojo de jaguar (1982), el chiapaneco sorprendió al medio literario por la firme soberbia de sus versos, por la arrogante seguridad en lo que se hace, muy lejos de los balbuceos iniciales que caracterizan a la mayoría de los escritores. Libro a libro el poeta fue confirmando la solidez de su trabajo. La publicación de Oficio: Arder (Obra poética 1982-1997), la reunión de sus nueve poemarios, permite la lectura de una de las obras más importantes en nuestro tiempo, deslumbrante por sí misma y no por lo que pueda decir la crítica.
Una obra trabajada desde la soledad y el silencio, pero que luego aparece con la dureza inquebrantable de las piedras. La bravura de la selva, la amargura de la ciudad, la magia del cuerpo femenino, la inmersión en el inframundo, la invocación/evocación de la Diosa, el calor del corazón del monte, la sabiduría concentrada en los poemas breves y la profanación de la sagrado, son algunos de los tantos temas que ha cantado Efraín Bartolomé, el Brujo lunar de la poesía mexicana…

(Víctor García Vázquez, Síntesis, Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, 26 de julio de 2000)



La selva está en el origen de la poesía de Efraín Bartolomé, pero ésta ha trazado un amplio arco desde su primer libro, Ojo de jaguar (1982) hasta el más reciente Partes un verso a la mitad y sangra (1997). Un arco en el que conviven la selva y la ciudad, la mitología y el erotismo, la atención a las cosas pequeñas y el canto de aliento cósmico. En el panorama de la poesía mexicana actual su lugar es singular: marginal al mismo tiempo que central. Lo primero, porque es un escritor que crea en silencio, celosamente al margen de las modas literarias; lo segundo porque su trabajo revive y prolonga una tradición: la del poeta como oficiante, como sacerdote de una religión cuyo dios es mujer: la vida.
A lo largo de nueve libros -recogidos recientemente en un solo volumen bajo el título Oficio: Arder- Bartolomé ha ido perfilando cada vez más nítidamente estas dos dimensiones de su trabajo poético, dos caras de una misma moneda: un desarrollo formal cada vez más exigente, por una parte y, por la otra, una amplificación de su universo cada vez más pleno de certezas. La síntesis de este doble movimiento se la podría plantear acudiendo a sus propias palabras: Ritmo de la respiración que atrapa la otra voz desde esta vida.
“Lengua de mis abuelos habla por mí/ No me dejes mentir/ No me permitas nunca ofrecer gato por liebre/ sobre los movimientos de mi sangre, sobre las variaciones de mi corazón” escribe Bartolomé en Partes un verso a la mitad y sangra. Es su estética y su ética: el poeta es la encarnación de una voz primordial y la poesía no tiene otra fuente que la experiencia. Esa propuesta trajo de México a estas altas alturas, para abrir el diálogo y refrescarnos con sus versos.

(Rubén Vargas, PULSO Semanario, pág. 19, La Paz, Bolivia, Septiembre 1 a septiembre 7, 2000)



Pasé los últimos estertores del pasado milenio y el nacimiento irremediable del nuevo, leyendo la poesía de Efraín Bartolomé. Oficio: Arder contiene la obra poética de este autor chiapaneco, editada en la bella colección Poemas y Ensayos de la Universidad Nacional Autónoma de México. Desde Ojo de jaguar hasta Partes un verso a la mitad y sangra, me parece que la poesía de Bartolomé es una incursión lúdica y luminosa, juguetona y amorosa, descarnada y brutal, por los paisajes más extraños de esta tierra, por los laberintos más intrincados del tiempo y el mundo. Una de las características principales de la poesía de Efraín Bartolomé es su aparente sencillez. Con palabras de todos los días el poeta ha construido un mundo tan embrollado, como el que celebra. Esa sencillez es producto de un oficio complejo, ejercido y perfeccionado durante años, hasta alcanzar en algunos poemas rasgos vitales que guardan una música interna misteriosa, concierto del verbo, delicia del lenguaje siempre en sinfonía. Para llegar a ese punto (ya que el metro tiene alma), para entonar la música solar y la música lunar, el poeta seguramente ha tenido que trajinar con todo: con la métrica y la rima del soneto, con la medida exacta y libre de los yambos, con el laconismo y amorfía de la imagen, con la renuncia sabia de los hemistiquios, con el andar alado del coreo, con el sosiego divino de los dáctilos, con la levedad y transparencia del anfíbraco o con la impetuosidad del anapesto. La búsqueda de la forma es la expresión más auténtica del fondo. El acmeista ruso Nikolái Gumiliov, esposo de Anna Ajmátova, solía decir que el poeta digno de ese nombre se sirve precisamente de la forma, como único medio de expresar el espíritu. Sé que Bartolomé no es acmeista, pero la observación de Gumiliov le cae aquí como anillo al dedo: a través de su música secreta, de la forma indeleble, logra a veces expresar el espíritu de lo insondable.
La palabra juguetona intenta nuevas instancias, convoca asociaciones vírgenes, sonidos que se suceden y se unen por los silencios de las haches, en un interminable concierto de sinestesias, sinéresis y sinalefas que se desvanecen lentas en el discurrir del poema.
El discurso poético de Bartolomé es también, con frecuencia, mineral, que es -tal vez- el último límite de la palabra. Quiere percibir los abismos de la piedra, nuestro más remoto ancestro, para intuir tenuemente el sentido telúrico de nuestros orígenes. “Piedra” se llamó un poemario memorable de Osip Mandelstam, al igual que un libro luminoso de Roger Caillois, a quien la Yourcenar definió en un bellísimo ensayo como “El hombre que amaba las piedras”. El propio Caillois se aproximó poéticamente a minerales como la labradorita, la marcasita y el cuarzo y vislumbró su morfología y su transparencia y llegó a decir en su ensayo Résumé sur les pierres que las piedras son los archivos supremos “qui ne portez aucun texte e qui ne donnez rien à lire…” Con acento quevediano, Bartolomé logra por su parte un cuarteto ontológico en el que se encierra toda nuestra historia: “Mira la piedra: te hablará la Tierra./ La piedra es el espejo en que se encierra/ la humana historia: lo que fue y ha sido/ y lo que habrá de ser y lo que es ido”. Existen grandes semejanzas entre algunos conceptos geológicos y el sentido de la poesía. Para que se precipite el oro a partir de una fuente magmática primigenia, los iones metálicos viajan grandes tramos dentro de la corteza terrestre, en burbujeantes soluciones hidrotermales, hasta encontrar dentro de las rocas las condiciones físico-químicas precisas para su formación ya como metal noble: así la Poesía, realiza un largo viaje para conformar “el oro más pulido del espíritu humano…”

(Jorge Bustamante García: Conmover todo lo que existe. La Poesía de Efraín Bartolomé. Zona franca, Número 3, Año 1 Volumen 1, Morelia, Michoacán, enero del 2001)



El oficio de Efraín Bartolomé

Efraín Bartolomé (Ocosingo, Chiapas, 1950) es actualmente uno de los poetas más importantes y reconocidos de la literatura mexicana contemporánea. Su trayectoria literaria inicia en 1982 con la publicación de Ojo de jaguar, al que han seguido, entre otros títulos, Música solar (1984), Mínima animalia (1991), Corazón del monte (1995) y Partes un verso a la mitad y sangra (1997). Por su labor creativa, y por su activa participación en la sociedad civil, ya como promotor cultural, ya como defensor del medio ambiente y de los recursos naturales, Bartolomé ha recibido importantes premios literarios, como el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 1984, el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen 1993 y el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines 1996.
Pero más allá de las publicaciones y los premios, lo que atrae y seduce en Efraín Bartolomé es su fidelidad y su filiación, a toda prueba, a la poesía. Su admiración y dedicación a la obra de los grandes poetas -de Góngora a Sor Juana Inés, de Darío a Huidobro- no son sino la manifestación de su convicción total por el quehacer poético. En efecto, Bartolomé es un profesional de la poesía, que no sólo se revela a través de la expresión escrita, sino que forma parte de su vida diaria.
Bartolomé, en sentido estricto, vive y convive con la poesía. De tal convivencia surge el poema. Y el poeta. Esa vitalidad poética es la que hemos querido compartir ahora con nuestros lectores, reuniendo una breve muestra de la obra del poeta mexicano, algunos de " tantos vigores dispersos" que son sus poemas.

(Revista DECENIO, Junio - Julio 2002 • Año V • Edición 25, Managua, Nicaragua)






Nota. Algunos comentarios sobre el libro:

OFICIO: ARDER (Obra poética 1982-1999). Primera edición: Colección Poemas y Ensayos. Universidad Nacional Autónoma de México, México, 1999.



 

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