“Muerte, desde mi lecho
no te veo ni te siento,
pero sé que estás al acecho,
pues te presiento.
“Muerte, sé que estás a mi lado
y aunque detenerte no puedo;
como estoy preparado
no te tengo miedo.
“Muerte, con tu guadaña segarás
mi vida sustancial,
pero nunca podrás
segar mi alma espiritual.
“Muerte, ¿por qué prolongas
mi vida?, ¿a caso soy tu divertimiento
y por eso juegas
con mi sufrimiento?
“¡Oh muerte
que no conoces la bondad ni la piedad!
¿Por qué, en la memoria de los hombres
–generosamente–,
a una selección le concedes la inmortalidad
de sus nombres?”
Que necia contradicción;
que cruel selección.
Escrito en el hospital de Denia (Alicante), 1999.
|