Volveré a la mar, y naufraga de dudas
sortearé tus ojos, como última penumbra.
Y ahí, en el agua clara,
exhalaré tu pecho, tus manos, tus pies,
el último aliento que de tu boca naciera.
Al vaivén de mi sangre rehuiré a la caricia,
-crisoles de deseo que humedecen los párpados-
bajo fragancias de sal que bebieran las asfixias
cuando ya mi cuerpo solo conste de recuerdos.
Quédate ahí, al borde de los estíos de mi sangre,
conquistador avaro de los besos,
que a los costados de tu cuerpo
no podría decir, ‘Mi tristeza’
porque es ahí donde comienza el olvido.
Ahonda en tu vientre los vientos y mareas
porque ahí duermen los murmullos.
Que nosotros –callados-
en los pocos silencios que claman el alma
gemiremos, con el dolor más profundo que tu bandera añore.
Cuando termines tu agonía,
deja el cuerpo de incendaja a la mar,
que zozobre igual que lo hicieron mis heridas,
porque existe nocturna, la hembra en destierro,
cuando en las noches de delirio,
las voces del recuerdo duelen todavía.
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