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El insurgente

Desde la hermosa ribera
se mira incierta bogar
una barquilla ligera,
que desafía altanera
los horrores de la mar.

Dentro se mira sentado
un orgulloso guerrero:
el casco despedazado,
el vestido ensangrentado
y a su derecha el acero.

A su hijo tierno, inocente
lleva entre sus fuertes brazos:
baña con llanto su frente;
pero su inquietud ardiente
colma el niño con abrazos.
Miró arrastrar a la muerte
a Hidalgo y al gran Morelos;
y luchando con la suerte
vio e1 Sur de su ánimo fuerte
los patrióticos desvelos.

Su bando está dispersado,
el tirano viene atrás;
solo salva a su hijo amado,
y sale precipitado
por el puerto de San Blas.

En sus oídos aun truena
el clamor contra el tirano:
se alza. . . el ímpetu refrena
porque vacila la entena,
y extiende a su hijo la mano.

De su patria idolatrada
le arroja el destino fiero;
sin amigos, sin su amada,
solo con su hijo y su espada
en el universo entero.

Queda en la playa su esposa
sin amparo, sin ventura:
mira la mar caprichosa
y en ella girar llorosa
dos prendas de su ternura.

Tiende los brazos... suspira,
y caen con desconsuelo:
de la playa se retira;
mas torna, y el bravo mira
revolear su pañuelo.

Vuelve la vista el valiente
y encuentra a su hijo dormido;
luce la calma en su frente,
y entona el triste insurgente
este canto dolorido.

Divino encanto de mi ternura,
tú mi amargura
disiparás
En mi abandono,
solo en los mares
tu mis pesares
consolarás.

Tú eres mi patria,
tú eres mi amigo.
eres testigo
de mi aflicción.
Sola tu boca
mi frente besa
donde está impresa
mi maldición.

Hijo y tesoro
de un tierno padre,
tu dulce madre
¿dónde estará?
Dios de bondades!
mirad su llanto,
de su quebranto
tened piedad.

Yo en esta barca
por mi hijo temo,
vuelo sin remo,
sin dirección;
vuelo perdido
sin saber donde,
y ya se esconde
la luz del sol.

Pero aparece,
¡cuánta fortuna!
la blanca luna
sobre el zenit.
Hijo adorado,
por tu inocencia
la Omnipotencia
me guarda a mí.

Despierta el niño; la veloz barquilla
toca triunfante la cercana tierra,
y el atroz sobresaltó se destierra,
y el bravo ante su Dios la frente humilla.
La memoria empeñada en su martirio
su situación horrible 1e presenta;
y su patria y su amada le atormenta,
y le sepulta en el fatal delirio,
Inconstante y salobre su fortuna,
como lo son las aguas de los mares,
perturbaron los hórridos pesares
hasta los dulces sueños de la cuna.
Miraba ensangrentada su querida
gimiendo ante las plantas del tirano;
la miraba en el suelo, mejicano
abandonada, pobre, en envilecida.
El viento que silbaba enfurecido
le recordaba su gemido ardiente,
levantando la abatida frente
a su esposa llamó despavorido.
"Dulce ilusión de amor, mujer divina.
bendigo tu memoria: yo te adoro
Porque derramas tu copioso lloro
por mi fortuna lúgubre y mezquina.

Recuerdo que mi labio electrizado,
después que muerte o libertad gritaba,
en tu carrillo nácar se estampaba,
y renacía mi vigor cansado.
Hoy prófugo, infeliz, sin el cielo
de Méjico, do vi la luz primera;
nadie siente mi suerte lastimera,
solo gimo en penoso desconsuelo.
En otro tiempo, cuando el sol ardiente
a el ocaso lejano declinaba,
cuando su último rayo se apagaba
del Popocatépetl en la alta frente:
yo bendecía; patria idolatrada,
tu rica tierra, tu brillante cielo;
creí me guardarías en tu suelo
mi última luz y mi postrer morada”.
Pero el hijo reclama su cuidado;
tiembla lloroso del rigor del frío;
y ocupa su ternura y su albedrío
en el niño inocente y desdichado.
Los temores tal vez de alguna fiera,
la negra noche, el árido desierto,
tienen a su cariño vago, incierto,
considerando lo que hacer debiera.
Se resuelve por fin; en la barquilla,
atada con su banda a un cocotero,
deposita a el infante y el guerrero
vuela donde un hogar lejano brilla.

Una nube oscurece el horizonte;
se sobresalta el bravo y retrocede,
Y grita, y corre; mas salir no puede
del intrincado, del oscuro monte.
Entre tanto las olas con el viento
se embravecen, se agitan y se chocan:
braman, se alzan, se rompen, se sofocan;
y está el mar en horrible movimiento.
La voz de Dios entre las nubes truena.
las aguas con el rayo resplandecen,
los árboles robustos se estremecen,
el mundo todo de pavor se llena.

Inquieto vaga y furioso
el padre despavorido,
parecía su gemido
a el que lanzaba la mar.
Mientras, llora el inocente,
grita el nombre de su padre:
no torna: llama a la madre:
no viene; y vuelve a llorar.

El relámpago relumbra,
la tempestad le amenaza.
y su ímpetu despedaza
la banda que es su sostén.
Como la hoja arrebatada
del huracán inclemente,
vuela el mísero inocente
a la mar a perecer.

Cual si supiera el peligro,
con penoso desconsuelo,
alza las manos al cielo
como implorando piedad.
Así le mira su padre
lleno de letal congoja,
y frenético se arroja
donde la barquilla está.

Gira, lucha, a su hijo llega,
agobiado de fatiga
le extiende una mano amiga.
Crece del mar el vaivén;
pero moverse no puede:
estrecha a su hijo adorado,
sonríe desesperado
y se sumerge con él.


GUILLERMO PRIETO




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