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I

Piedras que inútilmente pule el tiempo.
Muro entre dos distancias levantado
que nada cubre ya, porque lo cubren
la destrucción, la hierba, acaso el viento.
Puerta cerrada de un jardín que nunca
ha existido o yace entre sus ruinas.
Muro de polvo: siglos que se yerguen
contra el paso de nadie, bajo el tiempo.


II

Toda la noche se ha poblado de agua:
sobre el muro del día
el mundo llueve.


III

Una vez, de repente, a medianoche
se despertó la música.
Sonaba
como debió sonar antes que el mundo
supiera que fue música el lamento
de las horas deshechas
y del hombre
al que el instante gasta
a cada instante.


IV

Sobre un espacio del segundo
el tiempo
deja caer la luz sobre las cosas:
vil llanura de objetos
que me contemplan,
mudos
—pero con algo en ellos
que es una voz eterna.


V

Medio comido por la tarde
el tigre
suma sus manchas,
sus feroces manchas;
legión perpetua de su imagen,
hierba,
hojarasca, prisión
que lo hace tigre.


VI

Cierra los ojos, mar.
Que tu mirada
se vuelva hacia la noche
honda y extensa—como otro mar de espumas
y de piedras.



De: Los elementos de la noche (1958-1962)


JOSÉ EMILIO PACHECO




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