Más quieta y casta que una justa balanza,
o encendida como un puño apretado,
sobre la osamenta del día estalla
tu sangre que solloza sorprendida.
Tierna o terrible, como el pájaro o la espada,
he aquí que no puedo estrecharte.
Estás prohibida, mujer, ferocidad de muerta;
pared que canta para inventar su sombra.
Ah más hondo que el abismo la sangre en que caemos,
la desnudez vistiendo la hermosura,
el día ardiendo por mis venas
como cruzados ríos que incendiaran
la vasta labranza de la noche.
He aquí que no puedo estrecharte hasta que amanezca,
que no puedo llevarte como la espada a mi costado,
que no puedo apretar tu ternura de ave más allá de mi pecho,
que el árbol va dejando caer sus hojas.
Brazo de mar, convocación de ramas,
me establezco en tu cuerpo y fundo mis leyes con tu olor,
con el que voy ciervo, días y días, y amoroso.
Decapitada viva, parca dulcísima de octubre,
como un sol es tu mano para que yo despierte
y el mundo amanezca.
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