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Mis enlutadas

Descienden taciturnas las tristezas
          al fondo de mi alma,
y entumecidas, haraposas, brujas,
          con uñas negras
           mi vida escarban.

De sangre es el color de sus pupilas,
          de nieve son las lágrimas,
hondo pavor me infunden..., Yo las amo
          por ser las solas
          que me acompañan.

Aguárdolas ansioso, si el trabajo
          de ellas me separa,
y búscolas en medio del bullicio,
          y son constantes
          y nunca tardan.

En las fiestas, a ratos se me pierden
          o se ponen la máscara,
pero luego las hallo, y así dicen:
          —¡Ven con nosotras!
          Vamos a casa.

Suelen dejarme cuando, sonriendo,
          mis pobres esperanzas
como enfermitas ya convalecientes
          salen alegres
          a la ventana.

Corridas huyen, pero vuelven luego
          y por la puerta falsa
entran trayendo como nuevo huésped
          alguna triste,
          lívida hermana.

Ábrese a recibirlas la infinita
          tiniebla de mi alma,
y van prendiendo en ella mis recuerdos
          cual tristes cirios
          de cera pálida.

Entre esas luces, rígido tendido,
          mi espíritu descansa;
y las tristezas, revolando en torno,
          lentas salmodian,
          rezan y cantan.

Escudriñando el húmedo aposento
          rincones y covachas,
el escondrijo do guardé cuitado
          todas mis culpas,
          todas mis faltas.

y hurgando mudas, como hambrientas lobas,
          las encuentran, las sacan,
y volviendo a mi lecho mortuorio
          me las enseñan
          y dicen: habla.

En lo profundo de mi ser bucean,
          pescadores de lágrimas,
y vuelven mudas con las negras conchas
          en donde brillan
          gotas heladas.

A veces me revuelvo contra ellas
          y las muerdo con rabia,
como la niña desvalida y mártir
          muerde a la arpía
          que la maltrata.

Pero en seguida, viéndose impotente,
          mi cólera se aplaca.
¿Qué culpa tienen, pobres hijas miías,
          si yo las hice
          con sangre y alma?

Venid, tristezas de pupila turbia,
          venid, mis enlutadas,
las que viajáis por la infinita sombra
          donde está todo
          lo que se ama.

Vosotras no engañáis; venid, tristezas,
          oh, mis criaturas blancas
abandonadas por la madre impía,
          tan embustera,
          por la esperanza!

Venid y habladme de las cosas idas,
          de las tumbas que callan,
de muertos buenos y de ingratos vivos...
          Voy con vosotras,
          vamos a casa.



De: Poesías,1896

Selección: José Emilio Pacheco


MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA




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