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Auge y destrucción de un hechizo

Por un momento el tiempo suspende su peregrinaje, se libera, abre una tregua, funda cabezas de playa en el silencio y ya no lo fustigan más las ruinas enamoradas del presente.

Es tan unitaria la visión, de tal modo se ha trabado lo que existe con sus picos, ruedas, garfios; de tal modo la centelleante esfera subsume en su seno la variedad de los seres que, si en este momento el quetzal se desprendiera de esa rama desde la cual su esplendor pontifica, se llevaría tras de sí, atado a su más larga y recia pluma, el aire entero.

Inmóvil como un huevo en su ceñida copa, la realidad encalla en los párpados de una adolescente. Entre el marco de una caperuza de lino, su rostro se vuelve pantalla donde un Dios amigo narra sus desvelos mientras escancia luz en los vasos que el cemento ha dejado libres.

Mas de pronto se rompe la tregua. Se inicia el deshielo de toda esta inmovilidad magnífica. La historia, adormilada aún, entra en escena, pregunta por su papel, azota con cables de alta tensión a los personajes que no se mueven con la requerida viveza. El hada y su séquito de campánulas, a querer o no sufren exilios parecidos al definitivo de la muerte.

Y en este éxodo de las substancias milagrosas yo quisiera ser un factor recuperativo, un dique eventual; mas la marea sacude el frágil promontorio y se levanta y me sobrepasa y rompe el espejismo en miles de cristales sangrientos. Con impotente paso la realidad entra en acción.



De: Delante de la luz cantan los pájaros


MARCO ANTONIO MONTES DE OCA




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