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La giganta (II)

¡Cuáles piernas! Dos columnas de capricho, bien labradas,
que de púas amarillas resplandecen espinosas
en un pórfido que finge la vergüenza de las rosas
por estar desnudo a trechos ante lúbricas miradas.

Albos pies que con eximias apariencias azuladas
tienen corte fino y puro. Merecieran dignas cosas.
En la Hélade soberbia las envidias de las diosas
o a los templos de Afrodita engreír mesas y gradas.

¡Qué primores! Me seducen y al encéfalo prendidos,
me los llevo en una imagen, con la luz que los proyecta
y el designio de guardarlos de accidentes y de olvidos.

Y con métrica hipertrofia, no al azar del gusto electa,
marco y fijo en un apunte la impresión de mis sentidos,
a presencia de la torre mujeril que los afecta.


SALVADOR DÍAZ MIRÓN




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