Para Octavio Paz 
                              I
Lo que la sílaba soba y desova 
es el pulso larvoso de la nada, 
la Vesta que deflagra su melisma, 
                   su llama que te abro
aquella boca que calla en la boca 
y que saliva en ábaco su sílaba 
y el abáculo aboca de su sino, 
                   vocal que vidria un agua.
Transido estanque que la voz represa
y os, ble, du, fí, trans (úvula que ovula) 
dcsgrana como pujos coloidales 
                  del labio de su gana.
                              II
Del venablo a la boca hay un vocablo, 
astil buido de alcanzar alcance, 
de ir y llegar para asparse en el centro 
                  famoso de su borde.
Poco hacia nada es lanceta de casi, 
pujosa y repujada así de sílabas, 
de si las hablas criboso te escanden 
                  canción labrapalabra.
Y pecíolo vive de agualumbre 
a ganar el ahora de hábil pasmo: 
extraño envaramiento que se envara 
                   saeta disparosa.
                              III
Por adarmes y en gracia palatina, 
bulle la voz zarabanda de agujas, 
y sí que no que sino el gran saetín 
                  recorre del idioma.
Molino de tesón y pie de ensalmo, 
sien de artificio y espuma de ágata, 
el idioma se enciende y se hace lenguas, 
                  se hace y hace lenguaje.
La esfinge decidora que ilimita 
su tino contra jueces que aseguran 
que se equivoca y olvidan que es esa 
                   la equidad de su boca.
                              IV
Pica y pica el vultúrido del verbo 
zamarrea y junta, saja y socaliña, 
hace avío en un claro de papel 
                 que sólo así se aclara.
¿Es otra la total llanura llena 
en que se desmorecen los relapsos? 
El picoteo de escribe escribiendo, 
                  ¿acaso no los salva?
 
Es rapiña y aliño en un desierto 
que marca la voz del solitario: 
quien habla solo espera hablar un dios 
                  de página y de tinta.
                              V
Es y envés, va y voz, sonda y senderea, 
y llega como estar, no ya, no yo, 
antes estarecida vez de habla 
                   jamás allegadiza.
Ándalo linde, encrucíjalo vía: 
apéate y despéalo galope. 
Tíntalo y púngelo púa de sangre: 
                    poémalo plenario.
Éxtasis unitivo que desune 
verbíferos enjambres de almo azogue 
y conyuga la brama que hace estrofa: 
                  envergúese su fuerza.
                              VI
Grito muy grande de nardo muy quieto, 
lívido riel que se reza caminos, 
musgo que en la garganta se demora: 
                  lucia encía de ansia.
Por el pliegue del aire pasa ahusado 
y muy zumoso de su sumidad, 
como el rosario que pasan los dedos 
                  que tiemblan las palabras.
Es la nada toduna que exúbera. 
Es el silencio. Lenguaje o cilicio. 
Idioma varadero y hambre en signos: 
                  signaje verdadero.
                              VII
Presente, mustia gota del instante 
(esmera cauces bruscos de ámbar ido), 
loma lamida por vientos hadados
                  de tienes y no tienes.   
Su tic tac acompasa y rapidece 
los ocios del vacío y de sus naipes, 
que tesaurizan y tahurecen grávidos 
                  caudales de quizás.
Niño bautista que a tiempo del tiempo 
a los decapitados capitosos 
del santiamén alumbra, mientras juega
                  soldaditos de polvo.
Selección: Eduardo Milán y Ernesto Lumbreras