Rosa desvanecida sobre el túmulo,
al germinar del tiempo derrumbada
en una tumultuosa transparencia.
Veo la gloria en ella, pues los días
hijos son del espacio donde mueren
como el eco infinito de mis ojos.
Levanto el rostro, miro los naufragios
y mis hermanos muertos en olvido
bajo la tierra, mares de tinieblas
presintiendo la imagen de la rosa.
Mas sobre el polvo viajan como nubes,
vientos urdidos en un dulce engaño,
incesantes afines a la música
nacida de sus manos temerosas.
Ignoran su destino, balbucean
palabras del amor y así se salvan,
son humo adormecido sobre lirios,
apariencia tornada movimiento.
Bajo la noche larga de sus ojos,
ninguno sabe si camina al cielo.
No habrá milagro o salvación posible.
El párpado, silencio amortajado
con el lamento de un deshecho mundo,
se abandona a soñar inútilmente
y en sí mismo extravía su tristeza,
dueño ya de una amarga certidumbre.
Si nada me consuela, a solas oigo
la premura de ser flor la mirada
y el corazón desdicha. Porque nadie
buscando la pureza ha sonreído.
De: Imágenes desterradas
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