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	 Era todo tan leve como el punto  
más liviano del sol cuando amanece.  
Era todo tan suave como el higo  
picoteado de pájaros con sueño.  
Era luz que se quiebra en tu sonrisa 
suspendiendo sus frutos en la sombra. 
Era todo tan tenue que cabía 
en un adiós o en una bienvenida. 
Era todo tan tuyo y tan ajeno 
que se fue dispersando con la vida. 
 
 
Tu modo impersonal abarca todos 
los nombres de la tierra, 
cuando se dice "llueve" simplemente, 
nadie piensa en tú y yo, 
o en él o en ella... 
todo se deja así correr de pronto 
como si tus palabras fueran una 
frase común con rumbos de infinito. 
 
 
Llévame allá donde la fuente es fuente, 
no palabra o dolor que se renueva. 
Llévame donde son nubes tus nubes 
y no la vaguedad inalcanzable. 
Llévame, te lo digo, 
donde con la nostalgia de tus brisas 
vuelve a nacer el mundo, 
donde jamás se esconda entre la niebla 
tu verdadero puerto. 
 
 
Sin palabras quiero guardarte,  
sin memoria, sin espectros,  
sin ningún más allá que nos pregunte,  
sin ningún más acá que nos conteste.  
Guardarte elemental y simplemente  
como un poco de lluvia en el tejado,  
o el caracol retiene, según cuentan,  
el sonido del mar. 
 
 
La noche, 
donde sólo encontré tu oscuridad, 
donde a ciegas el roble se dolía 
de su propia belleza, 
donde un dolor ambiguo se clavaba 
luminoso, insistente, 
donde una risa anónima, inmutable, 
pasaba por tu puerto sin tocarlo, 
como el instante místico que ronda 
los puertos de la muerte, 
donde un olor a espigas inundaba 
de amorosa humedad tu lejanía, 
donde a solas y heridas las palabras 
se rompieron en música y en lluvia. 
 
 
En los sueños impares, 
cuando la noche llega a encanecer de tanto 
escuchar el gemir de los luceros, 
yo te reclamo y me abandono al vértigo 
de tu luz cual nocturna mariposa 
que se muere golpeando a los cristales. 
En los sueños impares, 
baja el reloj de arena del silencio 
hasta el fondo de todas las miradas, 
baja de un muro real para llenarnos 
los pasos de arenosa fantasía.  
Y así nos vamos suave y lentamente 
desandando y andando nuestro tiempo, 
dando amor a las huellas del instante 
e implorando las huellas que vendrán. 
En los sueños impares, 
buscando el par al par de soledades 
que la arena de ayer rescatarán. 
 
 
Los adioses van solos, 
blancos, lentos, 
ya ninguna palabra los despeña 
por la pendiente del olvido. 
Van casi regresando al primer beso, 
como el río que a veces nos parece 
que sube, pero fluye aguas abajo. 
Los adioses resbalan como perlas 
por las mejillas del paisaje. 
Nunca podrán volver a nuestra senda, 
porque ningún guijarro les indica 
la trayectoria del amor pasado. 
Y navegan sin rumbo y suavemente 
a lo largo del tiempo y de la tarde. 
Solos y lentos mueven su blancura 
como el pañuelo de la luz final. 
 
 
Con tanto mar y me quedé sin ese  
ondular de tus ojos en mi alma,  
con tanta luz y anocheció el contorno  
de aquellas tus facciones fugitivas...  
Con tanto tiempo y me quedé sin esos  
instantes que apresaban tus palabras.  
Con tantas como fueron tus palabras  
para ahogarme en silencio. 
 
 
 
De: Todo se deja, así  
 
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