| 
	 Desde la pluma brotas, súbita 
llama tensa que se prende aun a la madera 
húmeda y la quema y la guarda. 
Entonces tu jadeo (reiterado, 
sonámbulo sonido que atraviesa 
las destruidas, de amor, paredes 
de mi cráneo y pronuncia sin decirlo 
mi solo nombre oscuro y dibuja mi rostro), 
tu jadeo me recorre. Yo gozo 
la tensa y acre miel de tus axilas 
y el vello, violento y deslumbrante, 
que sube, musgo negro, de tu vientre. 
 
Echado sobre ti, dejo en tus senos 
la huella de mi pecho, un turbio laberinto 
de cabellos y amor. Desaparezco en ese instante 
y respiro ahogado en tanta sombra. Se acelera 
mi sangre. Apenas reconozco tus ojos 
en la apretada luz que me golpea las sienes 
y las manos. Son, no sé, tres, cuatro, diez 
segundos de gozosa inconciencia. 
Nuestra palabra es una sola letra terca. 
¿Qué nombre concederte ahí, un signo 
que sin lastimarte te construya? Tu nombre 
no te agota ni puebla por sí solo, 
con tu imagen, la memoria de nadie. 
Lo tienen también algunas aves 
que sólo cantan al atardecer. Tendría 
que inventar, para mirarte bien 
entre la turba terca de las cosas, 
un cúmulo de voces y de signos. 
Te reconocería así en la muchedumbre: 
una voz te haría aguja encontrada 
en el pajar. Pero ¿quién compartiría 
mi manera de hablarte? Idéntica 
a ti misma, diferente de todo, 
sólo a mí momentáneamente te asemejas 
cuando por mi boca respiras. 
Te doy cuanto yo necesito 
y cambias ya de rostro. 
 
Una eres cuando caminas entre automóviles  
y grasa que hiere el paladar y otra  
cuando recibes el peso de mis venas.  
¿Cómo decir 
con solo un nombre las siete especies  
de mujer que tú eres? Seis, siete voces  
por la llama que fuiste; diez, doce  
nombres por el mar que serás. Tu nombre  
pronunciado en la penumbra despedaza  
al que digo bajo el sol de noviembre.  
¿Para qué destruirte con una voz, entonces,  
para qué encerrarte en un sarcófago sonoro?  
Quedémonos así,  
goloso uno del otro, y sin hablar. 
 
 
 
De: Obsesiones con un tema obligado, 1975 
 
 
	 |