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	                               I 
 
El mar siempre regresa; 
sus montañas saladas se alejan, 
pero vuelven; 
abren las cicatrices de la arena; 
rebosan de infinito los ojos que lo miran. 
 
El mar regresa siempre 
porque siempre está solo; 
vuelve a buscar las playas. 
Regresa. 
Sabe que te hallará 
porque los que están solos 
saben que alguien está siempre esperándolos. 
 
 
                              II 
 
El mar no acaba nunca de regresar; 
apenas lo has mirado ya se ha ido; 
apenas lo has perdido 
y ya te encuentra. 
 
Para decirle adiós 
es necesario no irse nunca; 
quedarse junto a él, 
frente a frente y sin prisa, 
pegar tus labios a su beso húmedo 
y sentir que no hay tiempo, 
que no hay lugar, 
que no hay límites; 
saberlo, y nada más, 
como cuando se ama, 
como se afirma uno al ser que ama, 
como hace uno razón 
la fe, 
la dictadura 
del amor. 
 
 
                              III 
 
En la tumba del mar crecen cofres cerrados, 
botellas que nunca han sido abiertas, 
canciones olvidadas, 
elementos nocturnos que se han perdido. 
El mar les da cobijo bajo su frágil cuerpo 
y los pone a danzar en la noche 
para que se enamoren. 
Hay campanas también, nombres y huesos, 
cartílagos que ya se disolvieron, 
elementos del día, 
material de los sueños. 
Yo me pongo a soñar esta materia 
para que cuando duerman mis hijos su alegría 
vean lo que el amor ha conservado 
más allá de la arena y de la ceniza. 
 
 
 
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