Una es la rosa que hirió a Rilke,
quisiera por ello escarmentarla,
pero no puedo;
le temo y me fascina,
me obsesiona la rosa
memorablemente enlazada a nuestras vidas.
Elegí alguna más
de entre las milagrosas rosas de Juan Diego
que la ilusión dibuja en un ayate.
Evocaré también las rosas que DiMaggio
llevó durante siete lustros a la tumba de Marilyn.
Una de ellas acompaña el ramo que te ofrezco;
no la tomé de Norma Jeane,
tan solitaria y bella, desnuda y perfumada,
es una rosa traducida en la memoria,
testimonio de un amigo perdurable.
La rosa silenciosa que exhala tu perfume
la tomé de Cartola, pues la canta elegante.
Rosas,
algunas rosas para que luzcan en el sitio donde sueñas.
Rosas acaso sobre el piano
donde brotan melodías y aromas.
O encima de la mesa donde lees, escribes y descubres.
Que su color te ilumine la memoria.
Es decidirse por la rosa nuevamente,
por su sabor dulzón y por su tacto.
Sumé la rosa blanca de Martí,
que también he deseado cultivar;
la Rosa melancólica de Nicolás Guillén,
percutiendo su bongó y enamorando.
La rosa de Pellicer,
en las manos de la noche,
comparte algún secreto
con la nocturna rosa de Xavier Villaurrutia.
Aquí la rosa de la humana arquitectura de sor Juana.
También tu rosa que aparece con la luna
y al pausar su llegada floreció en tu vientre.
Las rosas que te canto: Rosa
oscura del tiempo. Rosa
clara de la luz humedecida. Rosa
de los días inolvidables. Rosa
impasible del dolor. Rosa
del mundo. Rosa
del amor. Amorosas rosas
sólo reunidas hoy. Rosas
anónimas, sencillas, simples.
La rosa que no puedo tocar de Juan Ramón
se me marchita entre las manos.
La de Huidobro me sangra
cuando la intento florecer sobre el papel de espinas.
Rosas que son celebración para los días que vienen,
impacientes o tristes, oscuros o afligidos,
optimistas y a veces luminosos,
como el aroma de las rosas que te ofrezco en este ramo.
De: Verdad posible
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